Debemos repensar la vigilancia policial en los parques

La actuación policial perpetúa una historia de exclusión de la población negra y morena de la vida al aire libre.

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“¿Cómo sería un mundo sin policías?”

En 2017, cuando tenía 23 años, me encontré en una sala llena de otros habitantes negros y morenos de Búfalo que formaban parte de un colectivo que debatía sobre esta pregunta. Celebramos reuniones de educación política para desarrollar un lenguaje y una visión compartidos, de modo que, como colectivo, pudiéramos modificar la vigilancia policial en Buffalo, Nueva York, y más allá. Mientras otros eran capaces de imaginar cómo sería y cómo se sentiría el mundo si desaparecieran el control policial, la vigilancia y la militarización, yo sufría.

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El nudo en mi estómago se produjo por ser descendiente de una familia de policías: mi madre, mi abuelo, mis primos, mis tíos, todos eran o siguen siendo policías. Como podrán imaginarse, para mí, la hija y nieta de ex oficiales del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD, por sus siglas en inglés), era difícil responder a esa pregunta. Al crecer en una familia conectada al NYPD, no se me enseñó a cuestionar cómo surgió el control policial, y mucho menos cómo se vería el mundo sin él. Durante la mayor parte de mi vida lo tomé como algo que no se podía cambiar; así como algo que era un bien público. Pero en 2012, durante mi último año en la secundaria, Trayvon Martin fue asesinado. Su asesinato cuestionó la idea de que mi barrio, los suburbios de Long islando, o mi estatus de clase, me mantendrían a salvo. Luego, en la universidad, M Michael Brown, Tamir Rice, Eric Garner, Freddie Gray y Alton Sterling fueron asesinados. Cada vez que me enteraba de la muerte de una personas en manos de la policía, sus asesinatos minaban todo aquello que me habían dicho sobre la vigilancia policial en los Estados Unidos. Aunque tras cada uno de estos homicidios aprendí más sobre los peligros de la actividad policial, nunca me había planteado cómo sería un mundo sin policía hasta aquel día de 2017.

Siete años más tarde, sigo pensando en esta pregunta. Especialmente en su conexión con la relación entre la vigilancia policial y nuestros entornos tanto naturales como construidos. Si lo piensan, a lo largo de la historia el acto de vigilar ha moldeado la forma como la gente se relaciona con distintos ambientes. Desde las leyes contra la vagancia hasta las prácticas que prohíben a las personas el acceso a determinados establecimientos debido a las identidades que poseen, la vigilancia policial puede entenderse no sólo como una institución, sino como un conjunto de prácticas que refuerzan las desigualdades.

En este sentido, hay una forma de vigilancia mucho más nefasta y sutil en la que las personas del común participan todos los días: la vigilancia ciudadana. Se vale de las llamadas telefónicas de emergencia (9-1-1) y de no emergencia (3-1-1) para intentar reducir los comportamientos que un grupo de personas considera inadecuados, a menudo en espacios públicos como parques y exteriores. En la ciudad de Nueva York, investigadores han descubierto que los residentes blancos más ricos que se mudan a barrios de mayoría no-blanca suelen llamar al 3-1-1 para quejarse de la música alta o el ruido. Las narrativas de los medios de comunicación y las personas que deciden ocupar físicamente el espacio pueden reforzar este comportamiento.

Estas llamadas pueden traducirse no sólo en multas, sino también en un aumento de la presencia policial en el barrio. El exceso de vigilancia policial en comunidades que no son blancas puede dar pie, no solo a multas o “citaciones” y arrestos, sino también, como hemos visto vívidamente en los últimos 12 años aproximadamente, a la muerte.

He llegado a la conclusión de que para abordar plenamente la cuestión de un mundo sin policía, tenemos que abordar las formas sociales en que vigilamos y patrullamos a nuestros vecinos y espacios verdes. Aunque todos podemos ejercer la vigilancia ciudadana, históricamente la práctica ha sido utilizada por los blancos para limitar el acceso de los negros y morenos a los parques públicos y otras zonas verdes, privándoles del bienestar mental, social y espiritual que proporcionan estos lugares. Esta forma de actuación policial perpetúa una historia de exclusión de la población negra y morena de las actividades al aire libre.

Breve historia de la policía ciudadana y los parques públicos

En Estados Unidos existe una larga y bien documentada historia de vigilancia ciudadana en los parques públicos urbanos y sus alrededores. Durante décadas, los parques públicos urbanos se construyeron para materializar los ideales y responder a las necesidades de las personas blancas de clase alta. Por ejemplo, las elites detrás de la creación del Central Park querían un espacio verde que no solo incrementara el valor de sus propiedad cerca al parque, sino que también les proporcionara un espacio dedicado a la recreación y el disfrute de las personas blancas y pudientes de la zona. Mucho antes de que el Central Park fuera siquiera una idea, los colonizadores holandeses habían desplazado a la fuerza a las comunidades indígena Lenape de esa área en 1626. Luego, en 1857, para hacer realidad la meta de un gran parque urbano, la ciudad de Nueva York utilizó su facultad de tomar el control de la propiedad privada con el fin de destinarla al uso público para desmantelar el asentamiento negro Seneca Village, un barrio que ofrecía a los residentes negros un refugio contra la discriminación.

Muchos parques de las agitadas ciudades industriales, como Chicago o Baltimore, siguieron el mismo proceso de expulsar a la gente de una zona para dar paso a parques destinados a reforzar los ideales de la clase blanca dominante.

Con frecuencia, estos procesos contribuyeron a que las comunidades negras y otras minorías oprimidas perdieran acceso a los espacios verdes, creando lo que los investigadores han llamado una “brecha de naturaleza”, un término que describe cómo las comunidades de bajos ingresos y de color carecen de acceso a espacios verdes. Esta brecha tiene consecuencias en la salud y el ejercicio de la ciudadanía para las personas.

A pesar de esta exclusión injusta, parques como el Washington Square Park en Nueva York han sido escenario de protestas desde 1834. Del mismo modo, el People's Park de la Universidad de Berkeley ha acogido concentraciones y manifestaciones contra la guerra desde la década de 1960.

Desafortunadamente, el mismo proceso de negarle el acceso a las comunidades pobres y de color el acceso a estos espacios continúa hasta el día de hoy, a través de la vigilancia ciudadana. En 2018, se publicó una noticia sobre Jennifer Schulte, una mujer blanca, hoy conocida como “BBQ Becky”, que llamó a la policía para quejarse de unos hombres negros que estaban haciendo un asado en un parque de Oakland, en California, porque creía que estaban haciendo algo indebido. Dos años más tarde, Amy Cooper, una mujer blanca, acusó falsamente a Christian Cooper (no están emparentados), un pajarero negro, de amenazar su vida al pedirle que le pusiera la correa a su perro en una zona del Central Park donde los perros deben ir con correa. Los investigadores que estudiaron los esfuerzos de Chicago por “revitalizar” sus parques han descubierto que la juventud de color viviendo cerca de la vía verde 606 eran a menudo vigilados por los residentes blancos para controlar sus comportamientos. En todos estos ejemplos, la vigilancia ciudadana pretende reforzar los parques públicos como “espacios para blancos”, lo que lleva a que las personas no-blancas tengan que demostrar que son suficientemente dignas de usar y disfrutar de estos espacios.

El caso del parque LaSalle

parks and policing

En mis propias investigaciones, he aprendido de primera mano de los residentes de Buffalo, en el estado de Nueva York, cómo la remodelación de un parque público urbano puede dar lugar a un aumento de la vigilancia policial y ciudadana.

El parque de 77 acres en el que desarrollo mi investigación incluye campos de béisbol, fútbol y zonas de picnic, y fue construido en 1932 sobre un antiguo terreno industrial. Aunque originalmente recibió el nombre de Centennial Park para celebrar el centenario de Búfalo, más tarde fue rebautizado con el nombre de René-Robert Cavalier de La Salle, un colono francés. A día de hoy, sin embargo, se le conoce cariñosamente como el “Parque del Pueblo”, ya que durante décadas fue un lugar de reunión para todos los habitantes de la ciudad.

Los actos culturales celebrados en el parque, como el desfile del Día de Puerto Rico o el Día Mundial del Refugiado, lo consolidaron como un lugar que reunía a muchos tipos de personas, ya que está rodeado de barrios de ingresos y estatus migratorio mixtos. Incluso después de que en 1998 el Ayuntamiento lo remodelara para que incluyera campos deportivos, siguió siendo utilizado y querido por la comunidad.

Esto empezó a cambiar en 2019. Ese año, la ciudad de Búfalo recibió aproximadamente 50 millones de dólares de la Fundación Ralph Wilson Jr. para convertir al parque LaSalle en un «parque destino turístico», o un parque que suele tener características como parques infantiles y senderos que hacen que alguien quiera hacer un viaje para visitarlo.

Buffalo NY park

Para mi investigación, hablé con siete residentes de vieja data del lado este de Búfalo que frecuentaban el parque LaSalle. Relataron cómo la remodelación propició una mayor presencia del departamento de policía de la ciudad. “Como un hombre negro, de hecho me siento demasiado incómodo con la cantidad de policía que veo rondando en esa zona”, me dijo uno de mis participantes. “No conozco necesariamente la historia de violencia en el parque LaSalle Park, ni cómo es, si es que existe. Pero sé que a menudo me siento muy incómodo cuando mis amigos y yo estamos allí. Es como si nos estuvieran vigilando”, explicó.

Las siete personas con las que hablé durante horas, también creían que la reconversión propició la llegada de residentes blancos desde los suburbios, quienes trajeron consigo ideas diferentes sobre cómo habitar el espacio público. Esto les llevó a retirarse del parque que tanto amaban por miedo a correr peligro. Como me dijo uno de los residentes, "... me siento raro porque veo cómo me miran, como diciendo con la mirada: '¿qué estás haciendo tú aquí?'".

Estas experiencias, tristemente, no son exclusivas de los residentes de Búfalo que participaron en mi estudio. Se ha descubierto que los parques públicos urbanos que se están remodelando o que se encuentran en barrios en transformación se convierten en representaciones visibles de la gentrificación, ya que se hacen a imagen y semejanza de aquellos a los que se quiere atraer, y no de los usuarios actuales. Como resultado, los nuevos usuarios del parque vigilan los comportamientos y el ocio de las personas que consideran no pertenecen a la comunidad o que no se relacionan con el espacio de formas que ellos consideran aceptables, tal como lo hizo "BBQ Becky".

En los últimos años, se ha escrito mucho sobre la falta de acceso de las comunidades de color a los espacios públicos verdes. Este trabajo ha resaltado cómo la falta de acceso a espacios verdes como los parques puede afectar la salud y el bienestar de las personas, pues el acceso a los parques está relacionado con la mejora de la salud mental, la reducción de la obesidad y la disminución de la presión arterial.

Pero creo que debemos trascender este tipo de investigaciones y pensar en cómo los espacios verdes están relacionados con la ciudadanía, con el derecho de una persona a ser miembro participativo de una comunidad. Los parques han sido espacios para ejercer el activismo; espacios para reuniones sociales y celebraciones, lo que significa que son lugares donde se materializan los derechos políticos y culturales de los seres humanos. Incluso cuando la gente puede acceder a un parque, si no estamos atentos a la historia del lugar y a las formas en que ha sido diseñado para reforzar ideales opresivos, se pierden posibles interacciones sociales y políticas.

Todavía estoy desarrollando mi visión de cómo sería y cómo se sentiría un mundo sin policía. Lo que sí sé es que los espacios verdes, como los parques públicos, no están despojados de las dinámicas de poder, sino que son una de sus manifestaciones. Al mismo tiempo que cuestionamos la institución policial, debemos interrogarnos sobre las formas en que nosotros –sí, tú, e incluso yo– podemos contribuir a la vigilancia de los demás. Por aterrador que pueda resultar, considerar cómo sería un mundo sin policía significaría crear un mundo que no sólo elimina las fuerzas policiales físicas que tenemos, sino también las formas sociales en que vigilamos y patrullamos.

Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico que reimaginan soluciones para un planeta justo y saludable.

About the author(s):

Greer Hamilton
Greer Hamilton
Greer Hamilton is a transitional postdoctoral fellow and assistant professor at the University of Michigan School of Social Work.

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