Beatrice*, una estudiante de pregrado, siempre se conectaba a las reuniones de Zoom con la cámara apagada.
Ella hacía parte de un grupo de investigadores de licenciatura en la Universidad Estatal de Sonoma que el doctor Daniel Soto y yo habíamos acogido bajo nuestro manto. Los habíamos entrenado para que recolectaran información y dirigieran talleres en los que trabajaban con miembros de comunidades cercanas que sufren injusticias ambientales. Durante este entrenamiento, Beatrice luchaba en silencio contra una grave ansiedad, que se manifestaba en un miedo a hablar en público que aparecía en nuestras reuniones, talleres e incluso en esas llamadas Zoom en las que organizábamos el Latinx Youth EJ Council, un colectivo de unos 30 jóvenes activistas reclutados del Congreso Estudiantil Latinx del North Bay Organizing Project.
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La primera reunión presencial del Latinx Youth EJ Council’s fue un recordatorio del que nos hizo reflexionar sobre el poder de las coaliciones para la justicia ambiental lideradas por latinxs. Vi a la misma Beatrice que se agobiaba en las reuniones virtuales salirse del guión para hablar de la injusticia de la vivienda en el condado de Sonoma. Y aunque es posible que ni siquiera ella acepte el poder de este momento, inspiró a los activistas jóvenes a compartir sus propias preocupaciones: asma, olores raros y las condiciones inhumanas que sus padres enfrentan en sus trabajos. El Dr. Soto y yo nos sentimos abrumados por la inmensidad de este momento. Nuestro equipo, todos ellos latinxs ese día, trabajaba en una sala llena de jóvenes latinxs, en colaboración con jóvenes líderes y educadores latinxs. Ante nuestros ojos se desplegaba toda nuestra visión revolucionaria de cómo las instituciones académicas pueden servir a las comunidades.
Y aún así, gran parte de nuestro trabajo en Partners for Equity and Research (el nombre de nuestro centro de justicia ambiental en la Universidad Estatal de Sonoma) se ha hecho sin recibir ningún pago. El Dr. Soto no hace esto porque le ayude profesionalmente y a mí no me pagan por ninguna de las reuniones a las que voy o los talleres que planeo y dicto. Hacemos esto porque debe hacerse. Y sabemos que estamos bien equipados para apoyar a los y las activistas jóvenes deseosos de luchar por una comunidad más limpia y sana, no solo con nuestro conocimiento, sino con un entendimiento profundo de su situación, pues nosotros también crecimos en comunidades desproporcionadamente afectadas por la contaminación. Este entendimiento nos convierte en un colectivo de personas que comparten un deseo de que las cosas cambien, que utilizan la educación y la investigación para la liberación colectiva.
Sin embargo, las oportunidades de financiación y políticas son tan injustas como los sistemas que están tratando de cambiar. Las becas se desvían abrumadoramente de organizaciones como la nuestra hacia organizaciones sin ánimo de lucro dirigidas por personas blancas. Y las instituciones educativas que sirvan primordialmente a las minorías étnicas, como la Universidad Estatal de Sonoma, que sirve a estudiantes latinxs, están desfinanciadas, mientras las políticas “ciegas al color” en la academia siguen creciendo. Creo que si priorizamos a las instituciones e investigadores que realmente sirven a las comunidades a las cuales pertenecen, tenemos la oportunidad de cambiar el desequilibrio de poder y hacerlo bien.
Estructuras de financiación racistas
En 2023, Dorceta Taylor lideró un estudio que encontró que menos del 10% de las becas de apoyo general se entrega a organizaciones que sirven a comunidades de color y étnicas, mientras que el 80% se entrega a organizaciones sin ánimo de lucro lideradas por personas blancas. Estos resultados reflejan mi propia experiencia como líder de una organización no gubernamental. Hemos visto cómo las agencias de financiación restan prioridad a la inversión en instituciones al servicio de las minorías, como la Universidad Estatal de Sonoma. Según un informe, las universidades históricamente negras tienen 178 veces menos probabilidades de recibir financiación fundacional que las de la Ivy League.
Esta disparidad ha empezado a permear el activismo y la investigación de la justicia medioambiental. A medida que aumenta la cantidad de dinero que llega a este espacio, en parte gracias a iniciativas federales como la Justice40 Initiative de la administración de Joe Biden, he visto como las oenegé lideradas por personas blancas, que antes estaban enfocadas en la sostenibilidad, han empezado a apropiarse del movimiento, así como de los dólares que entran, a epsar de falta de experiencia en el trabajo de justicia medioambiental.
La cooptación de los movimientos liderados por personas de color

Crecí en Pittsburg, California, y luego en Antioquia, muy cerca a la Dow Chemical Company (hoy, Corteva Agriscience), que liberaba en el aire químicos causantes de cáncer como arsénico, cromo y mercurio quemándolos ilegalmente en hornos. También gestionó mal sustancias químicas peligrosas como el tetracloruro, el tetracloroetileno y el cloroformo en zonas de bajos ingresos ya de por sí excesivamente contaminadas, como mi barrio.
Si bien la evidencia científica muestra que crecer cerca a residuos peligrosos están asociados a enfermedades autoinmunes, nunca sabré si el hecho de haber crecido cerca de Dow Chemical Company es el culpable de mis dos enfermedades crónicas autoinmunes. Lo que sí sé es que varias personas de mi comunidad también sufren de problemas de salud que, como me sucede a mí, estarán en sus cuerpos hasta que mueran. Me levanto cada mañana, lenta para moverme, porque mi artritis dicta el ritmo al que puedo ir. Es un recordatorio diario de la gravedad de estas injusticias medioambientales.
Así que me sorprendió mucho cuando en 2014, mientras enseñaba ciencias ambientales en una escuela secundaria, me enteré de que el plan de estudios no incluía ningún contenido obligatorio sobre justicia ambiental. El hecho de que experiencias como las de mi comunidad no se reconocieran en el aula me impulsó a presionar para que se impartiera contenidos de justicia medioambiental a mis alumnos.
Empecé a dictar talleres en todo el país. Cuando fui escogida para convertirme en una educadora colaboradora de Science Friday, los presioné para que publicaran mi curriculum de justicia ambiental, a pesar de que no contaban con contenidos específicos de justicia ambiental en su programa. Me convertí en el primer invitado en hablar de justicia medioambiental en su programa que se emite nacional.
Dada mi nueva notoriedad, fui admitida en el Teaching and Learning Committee para la justicia ambiental en el estado de California, una iniciativa de educación ambiental apoyada por los sistemas de CSU y UC. Pronto me di cuenta de que algunos miembros del comité admitieron tener poca experiencia trabajando en temas de justicia ambiental, pero vieron en esto una oportunidad para avanzar profesionalmente o entrar en este nuevo espacio.Señalé la preocupante ausencia de personas negras y marrones, pero esta preocupación no fue atendida. En lugar de hacer la tarea y construir un equipo que representara a aquellos de nosotros que estamos liderando el movimiento en los territorios, eligieron enfocarse en organizaciones que antes trabajaban temas de “sostenibilidad” y que ahora estaban empezando a trabajar en justicia social, a pesar de que estas no tenían liderazgo ni experiencia con comunidades de color. Asimismo, priorizaron a académicos que, en mi opinión, hacen a un costado y borran a las personas de color.
No debería haberme sorprendido tanto cuando el director de esta iniciativa me envió un correo electrónico pidiéndome compartirle mi ya publicado curriculum de justicia ambiental, lo cual hice. Dejé el comité al poco tiempo debido a los problemas que señalé repetidamente. Así que quedé en shock cuando descubrí que habían creado una guía usando la misma base de datos que yo había usado, con un flujo de trabajo y estructura que reflejaba el curriculum de EJ que ya había compartido con el director. No puedo decir a ciencia cierta que se copiaron de mi trabajo, pero como mínimo, esta guía se parecía a la mía. Para mí, era evidente que ellos habían recreado mi trabajo y habían borrado las contribuciones de una chicana, activista de justicia ambiental con una trayectoria de trabajo y liderazgo con comunidades marginadas y experiencia en el diseño de materiales educativos en justicia ambiental. Como yo lo veo, fue un ejemplo de manual del borrado de las personas de color.
Esta es una rutina que me sé de memoria: históricamente, nuestra música, nuestra comida y nuestros bailes son bienvenidos, pero nuestras experiencias y nuestras mentes – las raíces de estas innovaciones– no lo son. El instinto de los académicos externos y blancos de cooptar los movimientos creados por las comunidades de color nos borra.
Por eso, no me sorprende que no haya sido la única vez que me han borrado profesionalmente.
Recientemente hice una propuesta para una beca institucional de innovación en impacto social diseñada para que los estudiantes identifiquen retos en salud pública y creen soluciones que involucren directamente a las comunidades afectadas. Mi propuesta apoyaría al Latinx Youth Environmental Justice Council. Durante el proceso de selección, me enteré de que la beca prohibiría que se hicieran peticiones a cualquier comité de revisión institucional (una entidad que se asegura de que los proyectos no violen derechos humanos), el pago a estudiantes y prohibía que los becarios publicaran sobre el trabajo desarrollado con dinero de esta beca.
Al considerar que las intervenciones sociales “no deben constituir un proyecto de investigación” y “no deben ser aprobadas por un comité de revisión institucional”, este programa liderado por personas blancas, que no contaba con representación comunitaria, dejaría desprotegidas de cualquier falencia ética a las comunidades trabajando con sus becarios. Si bien los comité de revisión institucional tiene su propio historial problemático, a veces son la única línea institucional de defensa contra intervenciones comunitarias poco éticas. Más allá de esto, las restricciones de la beca promovían prácticas laborales opresivas y estaban construidas sobre la creencia de que un miembro de una comunidad de primera línea no puede ser, además, un investigador en una institución académica de élite. Cuando las fuentes de financiación que apoyan a programas de justicia ambiental no son liderados por las comunidades, las reglas que estas personas ajenas al contexto crean, intencionalmente o no, serán inevitablemente opresivas.
Retiré mi aplicación tras haber sido seleccionada como finalista y expresé mis preocupaciones al financiador y la administración. Me aseguraron que mis preocupaciones serían tenidas en cuenta, sólo para ver la misma convocatoria con las mismas estipulaciones en el siguiente ciclo de financiación.
He intentado llevar mi marco de trabajo centrado en las comunidades a instituciones de élite que aseguran promover la “equidad sanitaria y justicia social para todos.” Mi compromiso es con las familias que, como mis padres cuando yo era una niña, simplemente están tratando de sobrevivir el día a día sin preocuparse por el aire que respiran sus hijos. No obstante, he visto a colegas dejar atrás a estas comunidades para priorizar su avance académico. Estas experiencias me reafirman que nosotras, las comunidades, somos desechables a menos de que vayamos acompañados de dólares que afiancen carreras de investigación.
Amenazas a las estructuras y procesos de financiación antirracistas
Esta tendencia de los investigadores predominantemente blancos a acaparar recursos y a impulsar ideas que parten de las comunidades sin reconocerlas, crea la necesidad de una financiación específica para investigadorxs negrxs y latinxs y de las instituciones al servicio de las minorías. Mi oenegé, el Educator Collective for Environmental Justice, es una colectivo de educadores, investigadorxs y jóvenes de comunidades de base que trabaja de manera horizontal y centrada en la justicia para abordar cuestiones de consecuencias sanitarias inmediatas. Nos apoyan pequeñas becas de financiadores como Justice Outside, que mueve recursos para líderes negrxs, latinxs, indígenas y otras personas de color.
Desafortunadamente, a medida que el racismo estructural y las injusticias medioambientales han ido ganando visibilidad, los programas que reconocen que la raza y la etnicidad son fundamentales para entender las disparidades que estudiamos, son objeto de cada vez más ataques. Un ejemplo claro es la demanda contra el Abundant Birth Project, el cual reconoce que las tasas de mortalidad materna e infantil de las comunidades negras son 2-5 veces más altas que las de madres e infantes blancos, y, en respuesta, le otorga un ingreso básico universal a las personas y mujeres negras y de islas del Pacífico embarazadxs. La demanda asegura que es “discriminatorio” apoyar a las personas embarazadxs basándose en su raza, ignorando que el racismo es precisamente la causa fundamental del desequilibrio que esta política pública está tratando de resolver.
Me preocupa cómo este giro de 180 grados ya ha llegado a espacios académicos, como la proposición 209 en California y la decisión de la Corte Suprema que en 2023 prohibió la consideración de la raza y la etnia en las prácticas de admisión.
Entonces, ¿cuál es la solución?

Si a los investigadores de comunidades privilegiadas de verdad les importa la justicia ambiental y racial, este es el momento para poner en práctica todos esos aprendizajes de los talleres de DEI y entrenamientos antirracistas sobre los cuales aman publicar en redes sociales. Deben permitir que sean lxs investigadorxs de color quienes lideren. Este trabajo lo hacemos mejor quienes pertenecemos a las comunidades a las que sirve nuestra investigación. Los académicos externos a menudo perpetúan los daños al tratar a las comunidades como “otros” ajenos, despojándolas de toda su humanidad. Estos investigadores deberían abogar por financiar a los grupos mejor preparados para servir a estas personas.
Como una extensión de este apoyo, necesitamos que lleguen más fondos a las instituciones que sirven a las minorías étnicas y raciales que están en la mejor posición para servir a las comunidades de base y que sufren injusticias medioambientales. Pero el cambio real necesitará de políticas y criterios de financiación antirraciastas que prioricen a las instituciones y organizaciones que sean representativas de las comunidades con las cuales trabajan.
Recientemente, Beatrice y su familia se mudaron a mi ciudad de origen. Hemos entablado una relación cercana gracias a nuestra experiencia común como latinas que son la primera generación que va a la universidad, y también sobre cómo es vivir en Antioquía. Como preparación para una de nuestras reuniones del Latinx Youth EJ Council, Beatrice y yo construimos filtros de aire para interiores (cajas Corsi-Rosenthal), una intervención sanitaria que ella utiliza ahora para reducir los síntomas del asma relacionados con la contaminación del aire en interiores. A menudo, en nuestras reuniones de planificación, nos permitimos sentirnos apoyadas por esta comunidad. Somos dos latinas, impactadas por la mala calidad del aire en nuestra adolescencia, trabajando con jóvenes en comunidades de primera línea que están lidiando con sus propias cargas de contaminación. Hemos construido un espacio comunitario para la sanación en nuestro equipo.
En la última reunión del Latinx Youth Environmental Justice Council, cerramos con un círculo de palabras. Las personas jóvenes con quienes trabajamos usaron las herramientas que les dimos durante los talleres para imaginarse cómo lograr lo que querían para sus comunidades: aire limpio, menos asma, más recursos para talleres como el nuestro.
Fueron más allá de la simple descripción de sus preocupaciones y necesidades y expresaron su firme deseo de actuar: mediante intervenciones en la comunidad, informes políticos y la adquisición de nuevos conocimientos. Nuestro equipo se sentó en silencio. Sabíamos que este era su momento.
*El nombre ha sido cambiado para proteger la identidad de la estudiante.
Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico que reimaginan soluciones para un planeta justo y saludable.